REFLEXIONES

AQUÍ, alma mía, permíteme pararme y ver, en la contemplación de los nazareos, a ese santo nazareo, ese inigualable HIJO de DIOS inmaculado, que por mi causa se separó de todo lo que era corrupto en nuestra naturaleza, cuando en esa naturaleza emprendió y cumplida, la salvación de su pueblo. Bienaventurado para mí que tú, bendito JESÚS, hayas cumplido toda justicia en mi favor; porque gimo todos los días, abrumado por el peso de la corrupción en mi naturaleza; y siento que en mí, que está en mi carne, no mora el bien.

SEÑOR, ¡qué poder tienen sobre mí los restos de la corrupción que mora en mi naturaleza! ¡Cuán pocos de los principios del verdadero nazareo encuentro en mi corazón! Y sin embargo, ¡cuán fervientemente deseo estar dedicado a DIOS! ¡Oh! precioso JESÚS! Cuán dulce y grato es para mi alma que tú estés aquí, como en todos los demás casos, el SEÑOR, mi justicia.

¡Lector! No cerremos el capítulo hasta que hayamos doblado juntos la rodilla de la oración, para que nuestro gran Sumo Sacerdote y Salvador derrame sobre nosotros la preciosa bendición que contiene. ¡PADRE de misericordias! ¡Bendícenos y guárdanos! ¡Santo Salvador! Haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y ten misericordia de nosotros. ESPÍRITU Eterno! alza tu rostro sobre nosotros, y seremos sanos. Señor, danos la paz, esa paz en la sangre de la cruz, que tanto en el tiempo como en la eternidad guardará nuestros corazones y almas, en y a través de JESUCRISTO. Amén.

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