Escuchando su propia perdición

1 Samuel 28:15

Para que hubiera una aparición de Samuel no hubo ninguna dificultad, porque así como a Moisés y Elías se les permitió hablar con nuestro Señor del “fallecimiento” que se llevaría a cabo en Jerusalén, Dios pudo haber permitido especialmente que el profeta hablara con Saúl. Podemos creer que estas sentencias pasaron entre ellos, sin ninguna ayuda por parte del médium. De labios del profeta no salieron palabras de consuelo ni esperanza. Nada pudo evitar la avalancha descendente de destrucción. Como Saúl sembró, así debe segar; como había caído, así debe mentir.

Mientras el rey se sentaba en ese diván, ¡qué recuerdos debieron pasar por su mente! Los primeros días felices de su reinado, Jabes de Galaad, la lealtad de su pueblo. Entonces vio cómo, paso a paso, esos malditos celos de David lo habían arrastrado hacia la turbia corriente que ahora lo llevaba al final del suicidio. Es uno de los espectáculos más lamentables de la historia. Pero seamos advertidos; velemos y oremos; ¡Guardémonos de la primera pequeña grieta en el laúd de la vida!

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