el grito de los afligidos

Salmo 102:1

Este es el quinto de los Salmos Penitenciales. Algunos sostienen que es uno de los salmos posteriores, pidiendo liberación del cautiverio; otros, enfatizando ciertas características davídicas, lo atribuyen a la mano del salmista real. Su autoría real, sin embargo, tiene una consecuencia comparativamente pequeña; lo principal es darse cuenta de la adecuada expresión que da al dolor de un corazón casi quebrantado.

El salmista basa su grito de pronta respuesta en la rapidez con que pasan sus días, como el humo que se escapa de una chimenea. Sus huesos están calcinados; su corazón se seca como la calabaza de Jonás; sus largos y apasionados lamentos lo desgastan hasta convertirlo en un esqueleto. Encuentra su semejanza en criaturas amantes de la soledad, como el pelícano y el búho. Otro elemento más de su sufrimiento es la burla de sus enemigos.

No puede escapar de eso; lo persigue. Las cenizas, señal de su duelo, son su alimento, y las lágrimas llenan su copa. Pero el elemento más amargo de todos es la conciencia del disgusto de Dios. Parece como si la mano de Dios estuviera contra él, y en el peso acumulado del dolor, considera que el día de su vida debe expirar. Sin embargo, en la parte final del salmo se renueva su esperanza.

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