El libro se cierra con otra imagen, recordándonos del gobierno directo del pueblo por Dios en el sentido de que visitó al rey y a la nación con el castigo por contar al pueblo.

Se ha objetado que no había nada de pecaminoso en hacer un censo, ya que se había hecho antes en la historia del pueblo por mandato directo de Dios. Pero en ese mismo hecho reside el contraste entre las numeraciones anteriores y esta. Fueron ejecutados por mandato de Dios. Esto se hizo por un motivo muy diferente. Que el acto fue incorrecto es evidente por la conciencia de David de que fue así; y ante su confesión no nos corresponde criticar.

Evidentemente, el motivo explica el pecado. Si bien ese motivo no se declara explícitamente, ciertamente podemos comprenderlo a partir de la protesta de Joab: "Ahora el Señor tu Dios añada al pueblo, cuantos sean, cien veces más, y que los ojos de mi señor el el rey lo ve, pero ¿por qué mi señor el rey se deleita en esto? El espíritu de vanagloria en el número se había apoderado del pueblo y del rey, y había una tendencia a confiar en el número y olvidar a Dios.

La elección de David sobre su castigo reveló una vez más su reconocimiento tanto de la justicia como de la ternura de Jehová. Quería que el golpe que iba a caer viniera directamente de la mano divina y no a través de ningún intermediario.

El Libro termina con la historia de la erección del altar en la era de Araunah el jebuseo en la que finalmente vemos al hombre conforme al corazón de Dios convirtiendo la ocasión de su pecado y su castigo en una ocasión de adoración.

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