En el segundo año de su reinado, Nabucodonosor, perturbado por los sueños y sin poder dormir, reunió a sus encantadores y hechiceros para explicarles sus sueños, uno de los cuales lo turbaba especialmente. Su dificultad fue que el rey no pudo recordar el sueño. Había dejado una impresión en su mente, pero ninguno de los detalles permanecía en su memoria. Por supuesto, su demanda fue la irrazonable de un déspota, y sin embargo, las afirmaciones que estos hombres hicieron, si fueran ciertas, deberían haberles permitido descubrir el sueño así como interpretarlo.

Esa era la opinión del rey, y lo convirtió en un caso de prueba, declarando que si no podían hacer lo que les pedía, él sabría que estaban mintiendo y eran corruptos. Fracasaron, Nabucodonosor estaba furioso y ordenó la destrucción de todos ellos. En este decreto participaron los jóvenes hebreos.

Daniel, a través del capitán del rey, buscó y obtuvo una entrevista con el rey, pidiendo tiempo y prometiendo interpretar el sueño. Una vez concedida la petición, reunió inmediatamente a sus amigos y se pusieron a orar. En respuesta, el secreto le fue revelado a Daniel en una visión nocturna, y en su gratitud alabó el nombre de Jehová en lo que era prácticamente un salmo lleno de belleza. Luego ordenó al capitán del rey, Arioc, que no destruyera a los sabios, ya que pudo interpretar el sueño del rey.

Daniel fue llevado de inmediato a la presencia del rey, y primero, en un lenguaje lleno de confianza y dignidad, atribuyó a Dios la gloria de la interpretación que estaba a punto de dar. Exoneró a los sabios de cualquier culpa por su incapacidad para interpretar el sueño, y declaró la verdad acerca del Dios del cielo, quien pudo revelar secretos, y que con este sueño pretendía dar a conocer al rey el curso de los acontecimientos en la historia de su pueblo.

Luego describió vívidamente la imagen del sueño del rey y procedió a interpretar su significado, rastreando el progreso de los eventos a través de los sucesivos reinos de Babilonia, Media y Persia, Grecia, Roma, los diez reinos y el establecimiento final de la Reino de los Cielos, mostró cómo se produciría un proceso de deterioro, que se fusionaría con el establecimiento del nuevo orden. Esta interpretación convenció a Nabucodonosor, quien inmediatamente reconoció la supremacía de Dios, y recompensó a Daniel poniéndolo al frente de la provincia y los sabios.

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