En esta sección final de las profecías que tratan de la reprobación, el profeta en una serie de mensajes expone su justicia. En el séptimo año del reinado de Joaquín, es decir, cuatro años antes de la caída de Jerusalén, algunos ancianos de Israel descendieron a Ezequiel para consultar al Señor.

El profeta fue comisionado para declararles que Dios no sería consultado por ellos, y al mismo tiempo fue encargado de darles a conocer la justicia del juicio que cayera sobre ellos. Esto lo hizo, primero revisando la historia pasada de Israel. Israel había sido liberado de Egipto y se le había encargado que abandonara todas sus abominaciones. Se habían rebelado y habían sido castigados. Todo esto lo había hecho Dios por amor de su nombre y por el interés de las naciones.

En el desierto les dio sus estatutos y les mostró sus juicios. Allí nuevamente se rebelaron contra Él, y Él los visitó con castigo. Esto también hizo por amor de su nombre y por el interés de las naciones. Él perdonó a sus hijos en el desierto, y les ordenó que tomaran en cuenta el fracaso de sus padres, instándolos a andar en sus estatutos. Nuevamente los niños se rebelaron contra él, y él los castigó, y todo esto lo hizo por amor de su nombre y por los intereses de las naciones.

El profeta pasó luego a un examen de la historia más reciente. Primero describió cómo sus padres, habiendo sido traídos a la tierra, habían pecado al volverse hacia sus idolatrías. Este pecado de los padres había sido repetido por los hijos. Por tanto, el Señor no les preguntó. Habiendo aclarado así a los ancianos que no se preguntaría a Dios, procedió a anunciar el programa de Jehová concerniente a ellos.

Él establecería el hecho de Su reinado sobre ellos reuniéndolos en el desierto. Lo que quiso decir con el desierto el profeta luego explicó al describir su paso bajo la vara y el proceso de purgarlos de aquellos en medio de ellos que se rebelaron contra él. El resultado de este proceso en el desierto sería finalmente la restauración de Israel y la santificación de Jehová en ellos a la vista de todas las naciones.

Israel tendría un nuevo entendimiento de Jehová y llegaría a saber que la razón perpetua de Su operación era la gloria de Su nombre, y no simplemente castigarlos por sus malos caminos, es decir, el castigo de Jehová nunca fue simplemente vengativo, pero siempre un proceso que avanza hacia la realización de Su intención original de hacer el bien a las naciones de la tierra.

Después de la entrega de este mensaje a los ancianos de Israel, el profeta recibió el encargo de poner su rostro hacia el sur y profetizar contra su bosque. La esencia del mensaje era anunciar que un fuego inextinguible, encendido por Jehová, lo destruiría por completo. La naturaleza parabólica de esta acusación dejó perplejo al profeta, y se quejó a Jehová de que la gente decía de él que era un predicador de parábolas.

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