A partir de este punto, la historia pasa a centrarse principalmente en torno a Jacob. Al principio, se destacan cuatro personas: Isaac, Rebeca, Esaú y Jacob, y ninguna de ellas es admirable. Isaac es aún más degenerado en su devoción por lo físico. Rebeca conoce el propósito de Dios, pero no se contenta con esperar. Esaú sigue siendo el mismo, un hombre de fuerza física, completamente centrado en él. Jacob es débil al ceder a la sugerencia de su madre.

En conjunto se ve la actividad del gobierno divino, que domina el engaño y la duplicidad, para que avance el propósito del consejo divino. Isaac, cuando se descubrieron los hechos, sintió un extraño temblor, nacido sin duda de su sentido de la abrumadora majestad de Dios. El temblor llevó a la acción de fe en la que se negó a interferir en el asunto de la bendición que había pronunciado inconscientemente sobre Jacob.

La reacción natural de Esaú fue el odio hacia Jacob, lo que creó ansiedad en la mente de Rebeca, y ella comenzó a hacer arreglos para enviar a Jacob fuera del alcance del peligro.

Con toda probabilidad, Rebeca nunca volvió a ver a Jacob. Su plan era que él se quedara con Labán solo unos días, y claramente declaró su intención de enviar a buscarlo nuevamente. Pero ella nunca lo hizo.

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