Habiendo pasado así de revisión a los predecesores de Sedequías en el trono de Judá, el profeta procedió a tratar con los que habían sido responsables del fracaso del pueblo, los falsos reyes y profetas. Esta primera sección tiene que ver con los reyes.

En la economía divina, el rey siempre ha sido un pastor, pero los hombres que habían ocupado el cargo real habían destruido y esparcido las ovejas. Esta es la acusación de Jehová contra ellos, y el profeta declaró que Jehová visitaría sobre ellos la maldad de sus obras. Además, anunció el propósito de Dios de reunir al resto de su rebaño y poner sobre ellos pastores que los apacientan. A este respecto, su visión se hizo más clara y anunció la venida de Uno de la línea de David, que "reinaría como Rey y actuaría sabiamente", y a través de quien se llevaría a cabo la restauración del pueblo antiguo.

Luego se volvió hacia los profetas. De estos habló con el corazón roto al contemplar la condición de la tierra. Atribuyó este terrible estado de cosas a la profanación del profeta y del sacerdote. El juicio de los profetas fue consecuencia de la falsedad de los mensajes que habían entregado. En la misma presencia del juicio ellos habían hablado la mentira de la paz, declarando al pueblo que ningún mal vendría sobre ellos.

Además, habían hablado sin la autoridad divina. Habían soñado sus propios sueños, en lugar de haber transmitido los mensajes de Jehová. Finalmente, pronunció la tremenda palabra del juicio divino, comenzando: "Estoy contra los profetas, dice Jehová". La consecuencia de la profecía falsa es una confusión indecible y, en última instancia, la pérdida de la palabra de autoridad, de modo que "la palabra de cada uno será su propia carga".

Esta sección revela claramente la comprensión precisa del profeta del proceso de corrupción de la nación. Los falsos reyes y profetas habían conducido al pueblo a derrotas del mal como resultado de concepciones degradadas de Dios. A su vez, el pueblo había seguido y escuchado de buena gana, rechazando los verdaderos mensajes de Dios, tal como habían hablado Jeremías y otros mensajeros divinamente designados.

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