La última de las profecías sobre las naciones tiene que ver con Babilonia. A lo largo de todas las declaraciones proféticas de Jeremías, se la ha visto como el instrumento del juicio de Dios. Finalmente, debido a su propio pecado y corrupción, ese juicio debe caer inevitablemente sobre ella. Esa es la gran carga del mensaje. Es perfectamente evidente en todo momento que el profeta tenía en mente a las naciones de Judá e Israel, y lo que dijo acerca de Babilonia tuvo una relación directa con ellos como el pueblo de Dios.

La profecía se divide en dos partes, la primera contenida en el capítulo cincuenta que predice la condenación de Babilonia y la liberación de Israel; el segundo, en el capítulo cincuenta y uno, indica la responsabilidad de Israel en vista de esta condenación determinada sobre Babilonia. El párrafo (versículos 50: 1-20) contiene el primer movimiento de la primera profecía, en la que, en términos generales, el profeta anunció el derrocamiento de Babilonia y predijo el regreso arrepentido de los hijos de Israel y Judá.

Luego describió más definitivamente la destrucción de la ciudad de Babilonia misma. Una confederación de naciones vendría contra ella y la destruiría, y eso porque se había regocijado y había sido desenfrenada en su trato con el pueblo de Dios. Ese pueblo, aunque esparcido y ahuyentado, sería reunido y restaurado, mientras que la iniquidad de Israel y los pecados de Judá serían perdonados.

La profecía aumenta en poder a medida que avanza, ya que Jeremías predijo la finalización del derrocamiento decidido contra Babilonia. La integridad que describió como consistente en la absoluta humillación de su orgullo y la absoluta destrucción de su poder. Reconoció que Babilonia había sido el instrumento en la mano de Jehová al referirse a ella como "el martillo de toda la tierra". Pero el martillo se rompió y Babilonia se convirtió en una desolación.

Describió la destrucción de sus hombres fuertes como bueyes que iban al matadero. Los cautivos que escapan anuncian en Sion la venganza de Jehová. Su derrocamiento será conforme a todo lo que ella misma había hecho, y el profeta revela la razón de la venganza divina. "Ella se ha enorgullecido contra Jehová". El martillo prácticamente se había vuelto en rebelión contra la mano que lo sostenía. Por tanto, el orgullo de Babilonia debía ser humillado.

Todas las cosas en las que Babilonia había confiado, sus multitudes, sus príncipes, sus sabios, sus valientes, sus caballos, sus carros, "el pueblo mezclado que está en medio de ella", sus tesoros, sus aguas, son vistos como bajo la espada destructora de Jehová, condenados a una destrucción tan completa como la de Sodoma y Gomorra. El instrumento en la mano de Jehová se describe como gente del norte, pero el profeta declaró enfáticamente y con gran claridad que el juicio debe ser cumplido por el invencible Jehová.

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