Este se conoce como el primero de los siete grandes salmos penitenciales. Es algo débil en su nota de verdadera penitencia y, a este respecto, no se puede comparar con algunos de los que siguen. Es más un grito de liberación del dolor, la tristeza y el castigo que del pecado que lo causa.

Los primeros siete versos están llenos de la miseria del hombre. Está perfectamente consciente del significado de su sufrimiento. Él sabe que es un castigo, y bajo la presión del mismo, llora pidiendo liberación. La luz incide en las tinieblas en su confiada conciencia de la atención de Jehová y su voluntad de ayudarlo. Si esto se considera un salmo de penitencia, es más notable como una revelación de la tierna compasión de Jehová que como una verdadera nota de arrepentimiento.

No hay una sola frase que revele una conciencia profunda de la pecaminosidad del pecado. La gracia salvadora de esto, en lo que concierne al pecador, es que reconoce la reprensión y la disciplina de Jehová. El deseo supremo es escapar del sufrimiento y la tristeza. A pesar de la superficialidad del sentido del pecado, el hecho del reconocimiento de la mano de Jehová parece ser suficiente, y al responder con piedad y poder se concede la liberación y el consuelo que se busca.

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