Una vez más, cuando un justo se aparta de su justicia y comete iniquidad, y yo le pongo un tropiezo, morirá. Como no le has advertido, morirá en su pecado y no se recordarán las buenas obras que hizo. Pero su sangre demandaré de tu mano.

La advertencia se volvió aún más solemne. Ezequiel no solo era responsable de advertir a los malvados, sino de velar por los justos. El justo fue el que admitió la responsabilidad del pacto y buscó vivir de acuerdo con él. Pero si deliberadamente cometía un pecado grave, Dios le pondría un tropiezo, una trampa, y él también moriría. La justicia pasada no pudo y no excusará la iniquidad presente. Nadie puede confiar en un pasado justo. Y si Ezequiel no le ha advertido, entonces Ezequiel también tendría que afrontar las consecuencias, en la muerte.

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