Mateo 12:8

I. Note el título que Jesús se da a sí mismo: "el Hijo del Hombre". Se aplicó esta frase a sí mismo en todos los diferentes aspectos de su gran vida. Si bien consideraba que su igualdad con Dios no era algo a lo que aferrarse, afirmó, en nombre de la humanidad, más que una igualdad con los hombres. En Él, como Hijo del Hombre, la humanidad vuelve a ser restaurada a su filiación de Dios. Es el niño solo quien puede mostrar al padre en la relación paternal; el vecino puede mostrarle al vecino, el trabajo al trabajador.

Cuando el Cristo dijo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", afirmó haber hecho algo tan terrible en sí mismo y en sus consecuencias, que empequeñeció el más notable de Sus milagros. Cristo fue todo humano, cualquier otra cosa que creamos que es. Lo puro vive siempre en el todo, no en la parte. Pero, ¿de dónde esta autoridad con la naturaleza que Cristo poseía, que equivalía al sufrimiento del hambre dentro de sí mismo, y a alimentar a una multitud con cinco panes? Si es sólo el triunfo del hombre universal en el Hijo del hombre, el triunfo es tan completo que lo constituye nuestro Rey y nuestro Dios.

Porque nos acosa por detrás y por delante, y pone su mano sobre nosotros; no podemos mirar ni dentro ni fuera, sin contemplar los símbolos de Su poder, y no volvernos a nuestro pasado ni a nuestro futuro sin ver que la fortuna de nuestra raza está en Su mano.

II. La afirmación que hace en su propio nombre, como "Señor aun del día de reposo". Esta es solo una de las muchas afirmaciones que hizo Jesús, y por la cual afirmó que Su autoridad era mayor, si no más alta, en especie, de lo que jamás había sido arrogado por el hombre antes. La autoridad y la obediencia se encuentran en Cristo y se mezclan. Él es la expiación del Gran Padre con Sus muchos hijos. Padre e hijo se encuentran y se besan nuevamente en Él, y están en paz. Y el hombre, si tiene hambre, puede arrancar el trigo en el día de reposo en presencia del Dios que "tendrá misericordia y no sacrificios".

JO Davies, Sunrise on the Soul, pág. 233.

Referencia: Mateo 12:9 . Revista homilética, vol. viii., pág. 114.

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