El Señor es mi Roca y mi Fortaleza.

Dios nuestra Roca

Una gran montaña se eleva, de cara perpendicular, frente a algún valle tranquilo; y cuando el verano truena con grandes tormentas, el acantilado hace eco del trueno y lo lanza por segunda vez, con majestad aumentada; y pensamos que, para ser sublimes, las tormentas deben despertar ecos de montaña, y que entonces causa y efecto son dignos el uno del otro. Pero también un oropéndola, o un gorrión cantor, cantando ante él, oye su propio canto cantado de nuevo.

Un niño, perdido y llorando en el valle, escucha el llanto del gran acantilado como llora; y, en verdad, la montaña repite todo lo que suena, desde las notas más sublimes de la tempestad hasta el más dulce susurro de pájaro o el llanto de un niño; y es tan fácil hacer lo pequeño como lo grande y más hermoso. Ahora Dios es nuestra roca, y de Su corazón se inflexiona cada experiencia, cada sentimiento de gozo o dolor que cualquier alma humana expresa o conoce. ( HW Beecher. )

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