14-21El Padre envió al Hijo, quiso su venida a este mundo. El apóstol lo atestigua. Y el que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios habita en él, y él en Dios. Esta confesión incluye la fe en el corazón como fundamento; hace el reconocimiento con la boca para gloria de Dios y de Cristo, y la profesión en la vida y en la conducta, contra las lisonjas y el ceño fruncido del mundo. Debe haber un día de juicio universal. Dichosos los que en ese día tendrán santa audacia ante el Juez, sabiendo que es su Amigo y Abogado. Dichosos los que tienen santa audacia en la perspectiva de ese día, que lo esperan y aguardan la aparición del Juez. El verdadero amor a Dios asegura a los creyentes el amor de Dios hacia ellos. El amor nos enseña a sufrir por él y con él; por eso podemos confiar en que también seremos glorificados con él, 2 Timoteo 2:12. Hay que distinguir entre el temor de Dios y el tenerle miedo; el temor de Dios importa una alta consideración y veneración hacia Dios. La obediencia y las buenas obras, hechas desde el principio del amor, no son como el trabajo servil de quien trabaja de mala gana por temor a la ira de su amo. Son como las de un hijo obediente, que presta servicios a su amado padre, que benefician a sus hermanos, y que se hacen de buena gana. Es una señal de que nuestro amor está lejos de ser perfecto, cuando nuestras dudas, temores y aprehensiones de Dios son muchas. Que el cielo y la tierra se asombren de su amor. Envió su palabra para invitar a los pecadores a participar de esta gran salvación. Que se consuelen con el feliz cambio operado en ellos, mientras le dan la gloria. El amor de Dios en Cristo, en el corazón de los cristianos por el Espíritu de adopción, es la gran prueba de la conversión. Esta debe ser probada por sus efectos en su temperamento, y su conducta hacia sus hermanos. Si un hombre profesa amar a Dios y, sin embargo, se deja llevar por la ira o la venganza, o muestra una disposición egoísta, da por tierra su profesión. Pero si es evidente que nuestra enemistad natural se transforma en afecto y gratitud, bendigamos el nombre de nuestro Dios por este sello y garantía de felicidad eterna. Entonces nos diferenciamos de los falsos profesantes, que pretenden amar a Dios, a quien no han visto, pero odian a sus hermanos, a quienes han visto.

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