16-22 Es bueno considerar lo cerca que están nuestras temporadas de gracia de llegar a su fin, para que nos animemos a mejorarlas. Pero las penas de los discípulos pronto se convertirían en alegría; como las de una madre, al ver a su hijo. El Espíritu Santo sería su Consolador, y ni los hombres ni los demonios, ni los sufrimientos en la vida ni en la muerte, les privarían jamás de su alegría. Los creyentes se alegran o se entristecen, según vean a Cristo y las señales de su presencia. Al impío le sobreviene la tristeza, que nada puede disminuir; el creyente es heredero del gozo que nadie puede quitarle. ¿Dónde está ahora la alegría de los asesinos de nuestro Señor, y la tristeza de sus amigos?

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad