30-36  Las palabras de nuestro Señor tenían tanta fuerza, que muchos se convencían y profesaban creer en él. Les animó a asistir a su enseñanza, a confiar en sus promesas y a obedecer sus mandatos, a pesar de todas las tentaciones del mal. Haciendo esto, serían sus verdaderos discípulos; y por medio de la enseñanza de su palabra y su Espíritu, aprenderían dónde estaba su esperanza y su fuerza. Cristo habló de la libertad espiritual; pero los corazones carnales no sienten más agravios que los que molestan al cuerpo y angustian sus asuntos mundanos. Habladles de su libertad y de su propiedad, contadles de los despilfarros cometidos en sus tierras, o de los daños causados a sus casas, y os entenderán muy bien; pero hablad de la esclavitud del pecado, de la cautividad de Satanás, y de la libertad por Cristo; contadles de los males causados a sus preciosas almas, y del peligro de su bienestar eterno, y entonces les traeréis cosas extrañas. Jesús les recordó claramente que el hombre que practicaba cualquier pecado era, de hecho, un esclavo de ese pecado, lo cual era el caso de la mayoría de ellos. Cristo, en el Evangelio, nos ofrece la libertad, tiene poder para hacerlo, y aquellos a quienes Cristo hace libres lo son realmente. Pero a menudo vemos a personas que se disputan la libertad de todo tipo, mientras son esclavos de alguna lujuria pecaminosa.

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