26-31 Tenemos aquí al bendito Jesús, el Cordero de Dios, llevado como un cordero al matadero, al sacrificio. Aunque muchos le reprocharon e injuriaron, algunos se compadecieron de él. Pero la muerte de Cristo fue su victoria y triunfo sobre sus enemigos: fue nuestra liberación, la compra de la vida eterna para nosotros. Por tanto, no lloremos por él, sino lloremos por nuestros propios pecados y los de nuestros hijos, que causaron su muerte; y lloremos por temor a las miserias que nos acarrearemos, si despreciamos su amor y rechazamos su gracia. Si Dios le entregó a sufrimientos como éstos, porque fue hecho sacrificio por el pecado, ¿qué hará con los mismos pecadores, que se convierten en un árbol seco, en una generación corrupta y malvada, y que no sirve para nada? Los amargos sufrimientos de nuestro Señor Jesús deberían hacernos temer la justicia de Dios. Los mejores santos, comparados con Cristo, son árboles secos; si él sufre, ¿por qué no pueden esperar sufrir ellos? ¡Y qué será entonces la condenación de los pecadores! Incluso los sufrimientos de Cristo predican el terror a los transgresores obstinados.

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