50-53 Cristo ascendió desde Betania, cerca del Monte de los Olivos. Allí estaba el huerto en el que comenzaron sus sufrimientos; allí estuvo en su agonía. Los que quieren ir al cielo, deben ascender allí desde la casa de los sufrimientos y las penas. Los discípulos no le vieron levantarse del sepulcro; su resurrección podía probarse si le veían vivo después; pero le vieron subir al cielo; no podían tener otra prueba de su ascensión. Levantó las manos y los bendijo. No se fue con disgusto, sino con amor, y dejó una bendición tras de sí. Así como se levantó, así ascendió, por su propio poder. Le adoraron. Este nuevo despliegue de la gloria de Cristo les arrancó nuevos reconocimientos. Volvieron a Jerusalén con gran alegría. La gloria de Cristo es la alegría de todos los verdaderos creyentes, incluso mientras están aquí en este mundo. Mientras esperamos las promesas de Dios, debemos salir a su encuentro con nuestras alabanzas. Y nada prepara mejor la mente para recibir el Espíritu Santo. Los temores se acallan, las penas se endulzan y se disipan, y las esperanzas se mantienen. Y esta es la base de la audacia del cristiano ante el trono de la gracia; sí, el trono del Padre es el trono de la gracia para nosotros, porque también es el trono de nuestro Mediador, Jesucristo. Confiemos en sus promesas y supliquémoslas. Asistamos a sus ordenanzas, alabemos y bendigamos a Dios por sus misericordias, pongamos nuestros afectos en las cosas de arriba, y esperemos el regreso del Redentor para completar nuestra felicidad. Amén. Así, Señor Jesús, ven pronto.

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