4-6 Aquí hay una conclusión solemne, no solo de esta profecía, sino del Antiguo Testamento. La conciencia nos pide que recordemos la ley. Aunque no tenemos profetas, sin embargo, mientras tengamos Biblias, podemos mantener nuestra comunión con Dios. Dejemos que otros se jacten de su orgulloso razonamiento, y llámenlo esclarecedor, pero sigámonos cerca de esa palabra sagrada, a través de la cual este Sol de Justicia brilla sobre las almas de su pueblo. Deben mantener una expectativa creyente del evangelio de Cristo, y deben buscar el comienzo del mismo. Juan el Bautista predicó el arrepentimiento y la reforma, como lo había hecho Elías. La vuelta de las almas a Dios y su deber, es la mejor preparación para el gran y terrible día del Señor. Juan predicará una doctrina que alcanzará los corazones de los hombres y hará un cambio en ellos. Así preparará el camino para el reino de los cielos. La nación judía, por maldad, se abrió a la maldición. Dios estaba listo para traerles ruina; pero intentará una vez más si se arrepentirán y regresarán; por eso envió a Juan el Bautista a predicarles arrepentimiento. Deje que el creyente espere con paciencia su liberación, y alegremente espere el gran día, cuando Cristo vendrá por segunda vez para completar nuestra salvación. Pero aquellos deben esperar ser golpeados con una espada, con una maldición, que no se vuelven hacia Aquel que los golpea con una vara. Nadie puede esperar escapar de la maldición de la ley quebrantada de Dios, ni disfrutar de la felicidad de su pueblo elegido y redimido, a menos que sus corazones se vuelvan del pecado y del mundo, a Cristo y la santidad. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros. Amén.

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