31-35 Es un gran consuelo para todos los verdaderos cristianos, que son más queridos por Cristo que la madre, el hermano o la hermana como tales, simplemente como los parientes en la carne habrían sido, incluso si hubieran sido santos. Bendito sea Dios, este gran y gracioso privilegio es nuestro incluso ahora; porque aunque la presencia corporal de Cristo no puede ser disfrutada por nosotros, su presencia espiritual no nos es negada.

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