1-20 Esta parábola contenía una instrucción tan importante, que todos los capaces de escuchar estaban obligados a atenderla. Hay muchas cosas que nos interesa saber; y si no entendemos las verdades sencillas del Evangelio, ¡cómo aprenderemos las más difíciles! Nos ayudará a valorar los privilegios que disfrutamos como discípulos de Cristo, si consideramos seriamente el estado deplorable de todos los que no tienen tales privilegios. En el gran campo de la iglesia, la palabra de Dios se dispensa a todos. De los muchos que oyen la palabra del Evangelio, sólo unos pocos la reciben, de modo que produzcan fruto. Muchos son afectados por la palabra en el presente, pero no reciben un beneficio permanente. La palabra no deja impresiones duraderas en la mente de los hombres, porque sus corazones no están debidamente dispuestos a recibirla. El diablo está muy ocupado con los oyentes descuidados, como las aves del cielo con la semilla que está en la superficie. Muchos continúan en una profesión estéril y falsa, y descienden al infierno. Las impresiones que no son profundas, no durarán. A muchos no les importa el trabajo del corazón, sin el cual la religión no es nada. Otros se ven impedidos de aprovechar la palabra de Dios, por la abundancia del mundo. Y los que tienen poco del mundo, pueden arruinarse por complacer al cuerpo. Dios espera y exige fruto de los que disfrutan del Evangelio, un temperamento de mente y gracias cristianas ejercitadas diariamente, deberes cristianos debidamente cumplidos. Miremos al Señor, para que por su gracia creadora nuestros corazones se conviertan en buena tierra, y para que la buena semilla de la palabra produzca en nuestras vidas esas buenas palabras y obras que son por Jesucristo, para alabanza y gloria de Dios Padre.

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