31-46 Esta es una descripción del juicio final. Es como una explicación de las parábolas anteriores. Hay un juicio que ha de venir, en el que todo hombre será condenado a un estado de felicidad o miseria eterna. Cristo vendrá, no sólo en la gloria de su Padre, sino en su propia gloria, como Mediador. Los malvados y los piadosos habitan aquí juntos, en las mismas ciudades, iglesias y familias, y no siempre se distinguen los unos de los otros; tales son las debilidades de los santos, tales las hipocresías de los pecadores; y la muerte se lleva a ambos: pero en aquel día se separarán para siempre. Jesucristo es el gran Pastor; pronto distinguirá entre los que son suyos y los que no lo son. Todas las demás distinciones desaparecerán; pero la gran distinción entre santos y pecadores, santos e impíos, permanecerá para siempre. La felicidad que poseerán los santos es muy grande. Es un reino; la posesión más valiosa en la tierra; sin embargo, esto no es más que una leve semejanza del bendito estado de los santos en el cielo. Es un reino preparado. El Padre lo proveyó para ellos en la grandeza de su sabiduría y poder; el Hijo lo compró para ellos; y el bendito Espíritu, al prepararlos para el reino, lo está preparando para ellos. Está preparado para ellos: está adaptado en todos los puntos a la nueva naturaleza de un alma santificada. Está preparado desde la fundación del mundo. Esta felicidad era para los santos, y ellos para ella, desde toda la eternidad. Ellos vendrán y la heredarán. Lo que heredamos no lo conseguimos por nosotros mismos. Es Dios quien nos hace herederos del cielo. No debemos suponer que los actos de generosidad nos den derecho a la felicidad eterna. Las buenas obras hechas por amor a Dios, por medio de Jesucristo, se señalan aquí como una marca del carácter de los creyentes hechos santos por el Espíritu de Cristo, y como los efectos de la gracia concedida a los que las hacen. Los malvados de este mundo fueron llamados a menudo a venir a Cristo para obtener vida y descanso, pero se apartaron de sus llamados; y justamente se les pide que se aparten de Cristo, que no quieren venir a él. Los pecadores condenados ofrecerán en vano excusas. El castigo de los impíos será un castigo eterno; su estado no podrá ser alterado. Así pues, la vida y la muerte, el bien y el mal, la bendición y la maldición, se presentan ante nosotros, para que elijamos nuestro camino, y según sea nuestro camino así será nuestro fin.

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