36-46 El que hizo la expiación de los pecados de la humanidad, se sometió en un jardín de sufrimiento, a la voluntad de Dios, de la que el hombre se había rebelado en un jardín de placer. Cristo llevó consigo a esa parte del jardín donde sufrió su agonía, sólo a aquellos que habían sido testigos de su gloria en su transfiguración. Los que están mejor preparados para sufrir con Cristo son los que han contemplado su gloria por la fe. Las palabras empleadas denotan el más completo abatimiento, asombro, angustia y horror de espíritu; el estado de quien está rodeado de penas, abrumado por las miserias y casi tragado por el terror y el espanto. Comenzó a entristecerse y no dejó de hacerlo hasta que dijo: "Se acabó". Rogó que, si era posible, el cáliz pasara de él. Pero también mostró su perfecta disposición a soportar la carga de sus sufrimientos; estaba dispuesto a someterse a todo por nuestra redención y salvación. Según este ejemplo de Cristo, debemos beber del cáliz más amargo que Dios pone en nuestras manos; aunque la naturaleza luche, debe someterse. Debe ser más nuestro cuidado conseguir que los problemas sean santificados, y que nuestros corazones estén satisfechos bajo ellos, que conseguir que sean quitados. Es bueno para nosotros que nuestra salvación esté en la mano de Aquel que no se adormece ni duerme. Todos somos tentados, pero deberíamos tener mucho miedo de entrar en la tentación. Para estar seguros de esto, debemos velar y orar, y mirar continuamente al Señor para que nos sostenga y podamos estar a salvo. Sin duda, nuestro Señor tenía una visión clara y completa de los sufrimientos que iba a padecer, y sin embargo habló con la mayor calma hasta ese momento. Cristo era una garantía, que se comprometió a responder por nuestros pecados. Por eso se hizo pecado por nosotros y sufrió por nuestros pecados, el Justo por los injustos, y la Escritura atribuye sus más duros sufrimientos a la mano de Dios. Tuvo pleno conocimiento de la infinita maldad del pecado, y de la inmensa extensión de la culpa que debía expiar; con una visión terrible de la justicia y santidad divinas, y del castigo merecido por los pecados de los hombres, que ninguna lengua puede expresar, ni la mente concebir. Al mismo tiempo, Cristo sufrió siendo tentado; probablemente Satanás le sugirió pensamientos horribles que tendían a la oscuridad y a toda conclusión espantosa: éstos serían aún más difíciles de soportar desde su perfecta santidad. ¿Y la carga de la culpa imputada pesó tanto sobre el alma de Aquel de quien se dice que sostiene todas las cosas con la palabra de su poder? ¿Cómo escaparán los que descuidan tan gran salvación?

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