1-7 Jerusalén es la ciudad de nuestro Dios: nadie en la tierra le rinde el honor debido, excepto los ciudadanos de la Jerusalén espiritual. Feliz el reino, la ciudad, la familia, el corazón, en el que Dios es grande, en el que él es todo. Ahí Dios es conocido. Mientras más claros nos descubran el Señor y su grandeza, más se espera que abundemos en sus alabanzas. La tierra está, por el pecado, cubierta de deformidad, por lo tanto, justamente podría ese lugar de tierra, que fue embellecido con santidad, llamarse la alegría de toda la tierra; aquello de lo que toda la tierra tiene motivos para regocijarse, que Dios así moraría con el hombre sobre la tierra. Los reyes de la tierra le tenían miedo. Nada en la naturaleza puede representar mejor el derrocamiento del paganismo por el Espíritu del evangelio, que el naufragio de una flota en una tormenta. Ambos son por el poderoso poder del Señor.

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