Sin embargo, una cosa te falta: amar a Dios más que a Mammón. Nuestro Salvador conocía su corazón y pronto lo sometió a una prueba que lo dejó abierto al gobernante mismo. Y para curar su amor por el mundo, que no podría curarse en él de otra manera, Cristo le ordenó que vendiera todo lo que tenía. Pero él no nos manda a hacer esto; sino usarlo todo para la gloria de Dios.

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