Pero sentarse a mi diestra, Cristo aplica a las glorias del cielo, lo que sus discípulos fueron tan estúpidos como para entender de las glorias de la tierra. Pero no niega que esto es suyo para dar. A él le corresponde ceder con la más estricta propiedad, tanto como Dios como como Hijo del hombre. Sólo afirma que no se lo da a nadie más que a aquellos para quienes está preparado originalmente; es decir, los que perseveran hasta el fin en la fe que obra por el amor.

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