Hechos 11:19 inicia la narración del nuevo orden de cosas por el cual se distingue el ministerio de Pablo. Entre los que se dispersaron con motivo de la muerte de Esteban, y que llegaron hasta Antioquía predicando al Señor Jesús, había algunos que, siendo hombres de Chipre y Cirene, estaban más habitualmente relacionados con los griegos.

Se dirigieron, pues, a los griegos en esta antigua capital de los seléucidas, y muchos recibieron su palabra y se volvieron al Señor. La asamblea de Jerusalén, ya preparada por la conversión de Cornelio, por la cual Dios les había mostrado la entrada de los gentiles, acepta también este acontecimiento y envía al mismo Bernabé, hombre de Chipre, a Antioquía. Hombre bueno y lleno del Espíritu Santo, su corazón se llena de alegría al ver esta obra de la gracia de Dios; y mucho pueblo se añade al Señor.

Hasta ahora todo está relacionado con la obra en Jerusalén, aunque ahora se extiende a los gentiles. Bernabé, aparentemente ya no suficiente para la obra y en todo caso guiado por Dios, parte en busca de Saulo, que había ido a Tarso, cuando querían matarlo en Jerusalén. Y estos dos se reúnen con la asamblea en Antioquía, enseñando a mucha gente. Sin embargo, todo tiene lugar en relación con Jerusalén, de donde descienden algunos profetas y anuncian una hambruna.

Los vínculos entre el rebaño y Jerusalén como centro se muestran y fortalecen mediante el envío de socorro a esa metrópolis religiosa del judaísmo y del cristianismo que se considera que tuvo su comienzo en el remanente judío que creía en Jesús como el Cristo.

Bernabé y Saulo están encargados de este servicio y suben a Jerusalén para cumplirlo. Esta circunstancia nos retrotrae a Jerusalén, donde el Espíritu todavía tiene algo que mostrarnos de los caminos de Dios.

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