3. Y el Señor habló a Jacob. Aquí se ve más claramente la timidez del hombre santo; al percibir que su suegro tramaba mal contra él, no se atrevió a moverse si no era alentado por un nuevo oráculo. Pero el Señor, que, mediante hechos, le había mostrado que no debía demorarse más, ahora también lo insta con palabras. Aprendamos de este ejemplo que, aunque el Señor nos incite al deber a través de la adversidad, ello nos será de poco provecho si no se añade el estímulo de la palabra. Y vemos lo que sucede a los réprobos; o bien quedan aturdidos en su maldad, o estallan en furia. Por lo tanto, para que la enseñanza impartida por las circunstancias externas nos sea provechosa, debemos pedir al Señor que nos ilumine con su propia palabra. Sin embargo, el propósito de Moisés se refiere principalmente a este punto: que sepamos que Jacob regresó a su propia tierra bajo la guía especial de Dios. Ahora, la tierra de Canaán se llama la tierra de Abraham e Isaac, no porque hubieran nacido de ella, sino porque les había sido divinamente prometida como herencia. Por lo tanto, a través de esta voz, se le advirtió al hombre santo que aunque Isaac había sido extranjero, a los ojos de Dios era el heredero y señor de esa tierra en la cual no poseía nada más que un sepulcro.

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