9. Como el Padre me ha amado. Tenía la intención de expresar algo mucho mayor de lo que comúnmente se supone; porque los que piensan que ahora habla del amor sagrado de Dios Padre, que siempre tuvo hacia el Hijo, filosofan lejos del tema; porque era más bien el diseño de Cristo para poner, por así decirlo, en nuestro seno una promesa segura del amor de Dios hacia nosotros. Esa pregunta absurda, en cuanto a la forma en que el Padre siempre se amó a sí mismo en el Hijo, no tiene nada que ver con el presente pasaje. Pero el amor que se menciona aquí debe entenderse como que se refiere a nosotros, porque Cristo testifica que el Padre lo ama, ya que él es la Cabeza de la Iglesia. Y esto es muy necesario para nosotros; porque el que sin un Mediador, pregunta cómo es amado por Dios, lo involucra en un laberinto, en el que no descubrirá la entrada ni los medios para liberarse. Por lo tanto, debemos poner nuestros ojos en Cristo, en quien se encontrará el testimonio y la promesa del amor de Dios; porque el amor de Dios se derramó por completo sobre él, para que de él fluya a sus miembros. Se distingue por este título, que es el Hijo amado, en quien se cumple la voluntad del Padre, (Mateo 3:17.) Pero debemos observar el final, es decir, que Dios pueda aceptar nosotros en él Entonces, podemos contemplar en él, como en un espejo, el amor paternal de Dios hacia todos nosotros; porque no es amado aparte, o por su propia ventaja privada, sino para que pueda unirnos con él al Padre.

Permanece en mi amor. Algunos explican que esto significa que Cristo exige de sus discípulos amor mutuo; pero otros lo explican mejor, quienes entienden que significa el amor de Cristo hacia nosotros. Quiere decir que debemos disfrutar continuamente de ese amor con el que alguna vez nos amó, y, por lo tanto, debemos tener cuidado de no privarnos de él; porque muchos rechazan la gracia que se les ofrece, y muchos desechan lo que alguna vez tuvieron en sus manos. Entonces, ya que una vez fuimos recibidos en la gracia de Cristo, debemos ver que no caigamos de ella por nuestra propia culpa.

La conclusión que algunos extraen de estas palabras es que no hay eficacia en la gracia de Dios. a menos que sea ayudado por nuestra firmeza, es frívolo. Porque no admito que el Espíritu no nos exija más de lo que está en nuestro propio poder, pero nos muestra lo que debemos hacer, que, si nuestra fuerza es deficiente, podemos buscarla en algún otro lugar. De la misma manera, cuando Cristo nos exhorta, en este pasaje, a la perseverancia, debemos hacerlo; No dependamos de nuestra propia fuerza e industria, pero debemos rezarle al que nos manda, para que nos confirme en su amor.

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