6. Y bendito sea el que no se ofenda en mí. Mediante esta declaración final, Cristo tuvo la intención de recordarles que el que se adhiera firme y firmemente a la fe del Evangelio debe encontrar ofensas que tenderán a interrumpir el progreso de la fe. Esto se dice a modo de anticipación, para fortalecernos contra las ofensas; porque nunca querremos razones para rechazarlo, hasta que nuestras mentes se eleven por encima de cada ofensa. Por lo tanto, la primera lección que se debe aprender es que debemos lidiar con las ofensas si continuamos en la fe de Cristo; porque Cristo mismo es justamente denominado

roca de ataque y piedra de tropiezo, por la cual muchos caen, ( 1 Pedro 2:8.)

Esto sucede, sin duda, por nuestra propia culpa, pero esa misma falta se remedia, cuando él pronuncia a aquellos bendecidos que no se ofenderán en él; de lo cual también deducimos que los incrédulos no tienen excusa, aunque alegan la existencia de innumerables delitos. ¿Qué les impide venir a Cristo? ¿O qué los impulsa a rebelarse de Cristo? Es porque aparece con su cruz, desfigurado y despreciado, y expuesto a los reproches del mundo; porque nos llama a compartir sus aflicciones; porque su gloria y majestad, siendo espiritual, son despreciados por el mundo; y en una palabra, porque su doctrina está totalmente en desacuerdo con nuestros sentidos. Nuevamente, es porque, a través de las estratagemas de Satanás, surgen muchos disturbios, con el objetivo de calumniar y hacer odioso el nombre de Cristo y el Evangelio; y porque cada uno, como a propósito, levanta una gran cantidad de ofensas, siendo instigado por no menos malignidad que celo por retirarse de Cristo. (7)

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