77. Deja que tus compañeros vengan a mí. En este verso, el salmista repite y confirma casi la misma solicitud que en el verso anterior, aunque en fraseología es algo diferente. Como acababa de decir, que su pena no podía ser eliminada, ni su alegría restaurada, de ninguna otra manera que no fuera la misericordia de Dios ejercida hacia él; así que ahora afirma que no puede tener sin estar reconciliado con Dios. Se distingue así de los hombres mundanos, a quienes les afecta muy poco la preocupación de que Dios se reconcilie con ellos; o, más bien, que no dejan de disfrutar de manera segura, aunque Dios está enojado con ellos. Afirma claramente que, hasta que sepa que Dios se ha reconciliado con él, es un hombre muerto incluso mientras vive; pero que, por otro lado, cada vez que Dios haga que su misericordia brille sobre él, será restaurado de la muerte a la vida. Por cierto, él insinúa que fue privado por un tiempo de las muestras del favor paternal de Dios; porque habría sido innecesario para él haber deseado poder llegar a él si no se lo hubieran quitado. Como argumento para obtener lo que suplica, afirma que la ley de Dios era su deleite; ni tampoco podría esperar que Dios fuera misericordioso con él. Además, ningún hombre realmente siente qué virtud está en el favor Divino, sino aquel que, colocando su principal felicidad solo en eso, está convencido de que todos los que se separan de Dios son miserables y malditos; una verdad que el profeta había aprendido de la ley.

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