10 Humíllense, o sean humildes. La conclusión de lo que se ha ido antes es que la gracia de Dios estará lista para levantarnos cuando vea que nuestros espíritus orgullosos se dejan de lado. Emulamos y envidiamos, porque deseamos ser eminentes. Esta es una manera totalmente irracional, ya que es el trabajo peculiar de Dios levantar a los humildes, y especialmente a aquellos que voluntariamente se humillan. Quienquiera, entonces, busque una elevación firme, déjelo caer bajo la sensación de su propia enfermedad y piense humildemente en sí mismo. Agustín observa bien en alguna parte: como un árbol debe echar raíces profundas hacia abajo, para que pueda crecer hacia arriba, de modo que todo aquel que no tenga su alma fija en la humildad, se exalta a su propia ruina.

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