II. Jesús en Jerusalén: 2:23-3:21.

Jesús, al no haber sido acogido en el templo, no fuerza las cosas. El uso de la violencia, aunque sea por medios divinos, lo habría llevado a la carrera, no de Cristo, sino de Mahoma. En presencia de la fría reserva con la que se encuentra, se retira; y este movimiento retrógrado caracteriza, por un tiempo, el curso de Su obra. El palacio acaba de cerrarle sus puertas; la capital permanece abierta.

Aquí Él actúa, pero ya no en la plenitud de aquella soberanía mesiánica con la que se había presentado en el templo. Se limita a sí mismo a la enseñanza y los milagros, las dos agencias proféticas. Tal es la admirable elasticidad de la obra divina en medio del mundo; avanza sólo hasta donde la fe lo permite; ante la resistencia cede; se retira hasta su último atrincheramiento. Luego, habiendo llegado a esto, de inmediato reanuda la ofensiva y, entablando la última lucha, sucumbe externamente, para vencer moralmente.

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