Ella se fue , &c. "Habiéndole oído decir", dice San Agustín, " Yo soy el que habla contigo ", y habiendo recibido al Señor Cristo en su corazón, ¿qué podía hacer sino dejar su cántaro y correr a predicar el Evangelio? Porque ella sabía que Jesús debía ser un Profeta porque Él le había revelado los secretos de su corazón. Por tanto, cuando él declaró que él era el Mesías, ella creyó en él, sabiendo que era un hombre digno de crédito, que no podía engañar ni ser engañado.

Por lo cual corrió a la ciudad sin demora, temiendo que Jesús se fuera si ella se demoraba. Como dice S. Crisóstomo: "Había venido a sacar agua, pero en cuanto encontró la verdadera Fuente, despreció a la otra; y por la gracia que de lo alto descendió sobre ella, ejerce el oficio de Apóstol".

Porque este es el Espíritu de Cristo, infundir en los que él convierte celo por convertir a los demás, para que hagan partícipes a los demás del gran beneficio que sienten en sí mismos. De esto escribe con elegancia y piedad S. Ambrosio ( Serm. 30): "Por una nueva clase de maravilla, la mujer que vino al pozo de Samaria una ramera, salió casta de la fuente de Cristo. Y la que vino ir a buscar agua llevó de vuelta la modestia.

Pues tan pronto como el Señor le mostró sus pecados, ella los conoció y los confesó: anunció a Cristo como el Salvador. Y dejando su cántaro junto al pozo, no lleva un cántaro a la ciudad, pero trae gracia. Parece volver sin carga, pero vuelve llena de santidad. Volvió llena, digo, porque vino pecadora, vuelve predicadora. Y la que había dejado su cántaro trajo de vuelta la plenitud de Cristo. Ella no trajo mal a su ciudad, porque aunque, es verdad, no llevó agua a ella, les trajo toda la fuente de la salvación".

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