Santiago, habiendo advertido a sus lectores contra la mundanalidad y exhortado a la humildad ante Dios, procede a censurar a los ricos por su olvido de su dependencia de Dios, su orgullosa confianza en sus planes mundanos y su arrogante jactancia como si fueran sus propios maestros; les recuerda la brevedad y la incertidumbre de la vida, y los exhorta a reconocer a Dios en sus transacciones mundanas ya darse cuenta de su poder absoluto sobre ellos.

Luego apostrofa a los impíos ricos y, como un profeta del Antiguo Testamento, pronuncia su condenación. Sus riquezas, sus vestidos, su oro y su plata perecerían; habían acumulado tesoros para el día de la ira. Menciona especialmente tres pecados clamorosos que atrajeron sobre ellos la venganza divina: su injusticia hacia sus trabajadores, su lujo y autocomplacencia, y su opresión de los justos.

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Antiguo Testamento