E hirió a los hombres de Bet-semes. El pueblo de Bet-semes no podía dejar de saber que Dios había prohibido, bajo pena de muerte, no solo a la gente común, sino incluso a los levitas, que miraran dentro del arca. Pero su curiosidad les hizo olvidar su deber y, en consecuencia, fueron castigados por ello. Esta historia, como señala Bochart, ha dado lugar a muchas historias entre los paganos. Vea su Canaán, lib. 1: gorra. 18. El Dr. Waterland traduce la siguiente cláusula, mató al pueblo cincuenta mil, etc.: así, mató al pueblo sesenta y diez hombres de cincuenta mil: lo cual, dice él, es una traducción más justa del hebreo, y está bien defendido por Le Clerc en el lugar.

Bochart ya había abierto el camino hacia la corrección de las traducciones habituales; traduciendo las palabras así:setenta hombres; verbigracia. cincuenta de mil hombres, que era una traducción mucho mejor que las traducciones comunes; y sus razonamientos sobre el texto arrojaron gran luz a todo lo que vino después.

Le Clerc's también encajará con la letra del hebreo, y parece más natural y menos perplejo. Houbigant comprende el pasaje en su rigor y lo traduce así; pero el Señor hirió en Bet-semes setenta hombres, porque habían mirado dentro del arca del Señor; y del pueblo [que supuso había venido de los países vecinos para ver el arca] cincuenta mil hombres; de modo que el lamento fue grande, etc. Una de las razones de este gran crítico para suponer que más de setenta fueron asesinados es que esto se llama una gran matanza; pero seguramente bien podría causar mucho lamento, y con propiedad podría llamarse una gran matanza, cuando tantos como setentadel pueblo pereció de inmediato por un golpe del cielo por una ofensa de esta naturaleza; y como el hebreo soportará la interpretación dada por el Dr.

Waterland y Le Clerc, ciertamente uno desearía entenderlo bajo esta luz, que en aquello en que lo vemos en la traducción común. Solo observamos que Josefo menciona solo setenta beth-shemitas como castigados en esta ocasión. Vea su Antiq. libro 6: gorra. 2 y la disertación de Kennicott. vol. 1: pág. 532.

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