El salmista exhorta a las criaturas celestiales, terrestres y racionales a alabar a Dios.

ESTE también es un salmo de alabanza; en el que el autor invoca el cielo y la tierra, con todo lo que hay en ellos, para alabar a Dios. El último versículo parece mostrar que fue ocasionado por alguna victoria otorgada a su pueblo. Muchos expositores han pensado que David compuso este salmo cuando su reino estaba en una condición muy floreciente, y cuando Dios le había dado descanso de todos sus enemigos. Ver Salmo 148:14 y 2 Samuel 7:1. El obispo Lowth, hablando del origen de la EDO, observa que nació de los afectos más agradables del alma humana, alegría, amor, admiración. Si contemplamos al hombre en su estado de inocencia, recién creado, como nos lo presentan las Sagradas Escrituras, dotado del perfecto poder de la razón y el habla; ni ignorante de sí mismo ni de Dios; consciente de la bondad, majestad y poder divinos; ningún espectador indigno del hermoso tejido del universo, la tierra y los cielos; ¿Podemos suponer que a la vista de todas estas cosas su corazón no ardería tanto dentro de él, que su mente, llevada por el calor de sus afectos, se derramaría por sí misma en la alabanza de su Creador, y resplandecería en esa impetuosidad del habla, y ese júbilo de voz,

Este parece haber sido exactamente el caso, bajo la inspiración del Espíritu Santo, con el autor contemplativo de este hermoso salmo, en el que todas las cosas creadas están llamadas a celebrar juntas la gloria de Dios. Alabad al Señor, etc. un himno que nuestro Milton, con mucho el más divino de los poetas después de los sagrados, ha imitado con la mayor elegancia y muy acertadamente entregado a Adán en el Paraíso. (Ver Paradise Lost, libro 5: ver. 153, etc. y las notas del obispo Newton). De hecho, difícilmente podemos concebir correctamente ese estado primigenio y perfecto del hombre, a menos que le permitamos algún uso de la poesía, mediante la cual pueda expresar dignamente en himnos y canciones su piedad y afecto hacia Dios. Ver la 25ª Prelección.

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