1. Alabado sea Jehová desde los cielos Él parece incluir las estrellas y los ángeles, y, por lo tanto, el cielo mismo, el aire y todo lo que es género en ella; porque después se hace una división cuando primero llama a los ángeles, luego a las estrellas y a las aguas del firmamento. Con respecto a los ángeles, creados como fueron para este mismo fin, para que puedan ser instantáneos en este servicio religioso, no debemos sorprendernos de que se los coloque primero en orden cuando se habla de las alabanzas de Dios. En consecuencia, en esa notable visión que describe Isaías, (Isaías 6:3), los querubines gritan: "Santo, santo, santo, Señor Dios de los ejércitos". Y en varios otros lugares de la Escritura, los ángeles son representados como alabando a Dios por tales atribuciones. ¿Cómo, entonces, puede el celo como el de ellos necesitar exhortaciones? O, si requieren ser incitados, ¿qué puede ser más indecoroso que nosotros, que somos tan lentos en el servicio, deberíamos asumir la parte de exhortarlos a cumplir con su deber? David, entonces, que no igualaba a los ángeles en celo, pero los seguía muy lejos, no estaba calificado para ser un exhortador a ellos. Pero tampoco esto entró en su propósito; él simplemente testificaría que era el colmo de su felicidad y deseo de unirse a un concierto sagrado con ángeles elegidos para alabar a Dios. Y no hay nada irrazonable que, para agitarse en las alabanzas de Dios, deba invocar como compañeros a los ángeles, aunque estos corren espontáneamente en el servicio y están en mejor forma para liderar el camino. Los llama, en la segunda parte del verso: los ejércitos de Dios; porque siempre están listos para recibir sus órdenes. "Diez mil veces diez mil rodean su trono", como dice Daniel, (Daniel 7:10.) El mismo nombre se aplica también a las estrellas, ambas porque son notables por el orden que mantiene entre ellas, y porque ejecutan con inconcebible rapidez las órdenes de Dios. Pero los ángeles se llaman aquí ejércitos, por el mismo motivo que en otros principados y poderes, en la medida en que Dios ejerce su poder con sus manos.

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