Ten paciencia conmigo. - Nadie puede dejar de notar la fuerza dramática de la pronunciación de las mismas palabras que antes había utilizado el deudor, que ahora aparece como acreedor. Y en este caso la promesa no fue una vana pretensión. Unas pocas semanas o meses de trabajo habrían permitido al deudor pagar lo que debía. El hombre puede expiar sus ofensas como contra el hombre, pero no como contra Dios.

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