Versículo 33. Pero el que está casado...  Tiene que mantener a su familia y complacer a su esposa, además de cumplir con su deber para con Dios y ocuparse de los asuntos de su propia alma. El hombre soltero no tiene nada que atender sino lo que concierne a su propia salvación; el hombre casado tiene todo esto que atender, y además tiene que proveer a su esposa y a su familia, y cuidar también de sus intereses eternos. El soltero tiene muy pocos problemas en comparación; el casado tiene muchos. El soltero es un átomo en la sociedad; el casado es una pequeña comunidad en sí mismo. El primero es el centro de su propia existencia, y vive para sí mismo solo; el segundo se difunde en el exterior, forma una parte mucho más importante del cuerpo social, y se ocupa de su apoyo y continuidad. El soltero vive para y hace el bien a sí mismo solamente; el casado vive tanto para sí mismo como para el público. Tanto el Estado como la Iglesia de Cristo dependen del hombre casado, ya que de él, bajo Dios, el uno tiene súbditos y el otro miembros; mientras que el hombre soltero no es más que un individuo en ninguno de los dos, y con el tiempo dejará de pertenecer a ambos, y al no tener posteridad se pierde para el público para siempre. El hombre casado, por lo tanto, lejos de estar en un estado de inferioridad con respecto al hombre soltero, está más allá de él fuera de los límites de la comparación. Puede hacer todo el bien que el otro puede hacer, aunque tal vez a veces de manera diferente; y puede hacer diez mil bienes que el otro no puede hacer. Y, por lo tanto, tanto él como su estado deben ser preferidos infinitamente a los del otro. El apóstol no podía querer decir otra cosa; sólo que para la presente angustia dio su opinión de que era mejor que los solteros continuaran así. ¿Y quién no ve la conveniencia del consejo?

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