Verso 48. Excepto que veáis señales y prodigios...  Nuestro Señor no le dice a este hombre que no tenía fe, sino que no tenía la suficiente. Si no la tuviera, no habría venido de Capernaum a Caná para rogarle que sanara a su hijo. Si hubiera tenido la suficiente, se habría contentado con recomendar su hijo a nuestro Señor, sin rogarle que fuera a Cafarnaúm para sanarlo, lo que da a entender que no creía que nuestro Señor pudiera hacerlo a distancia. Pero las palabras no se dirigen sólo al noble, sino a todos los judíos galileos en general, pues nuestro Señor utiliza el número plural, cosa que nunca hace cuando se dirige a un individuo. Esta gente difería mucho de la de Sicar: no tenían ni amor a la verdad ni sencillez de corazón, y no creían en nada del cielo, a menos que se les obligara a hacerlo con los milagros más sorprendentes. Fueron favorecidos con el ministerio de Juan Bautista; pero, como éste no iba acompañado de milagros, no fue generalmente creído. Exigen los milagros de Cristo para poder dar crédito al advenimiento del Mesías. Hay muchos como estos galileos todavía en el mundo: niegan que Dios pueda tener alguna influencia entre los hombres; y en cuanto a las operaciones del Espíritu Santo, ellos, en el genuino espíritu galileo, afirman audazmente que no darán crédito a ningún hombre que profese ser hecho partícipe de ellas, a menos que haga un milagro en prueba de sus pretensiones. Estas personas deberían saber que la gracia de hacer milagros era muy diferente de aquella por la que un hombre se salva; y que la primera podía existir, incluso en la medida más asombrosa, donde la segunda no existía. Consulte 1 Corintios 13:2.

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