REFLEXIONES

Haz una pausa, alma mía, en la lectura de este capítulo, y contempla la seriedad con la que David entró en el servicio del santuario, cuando el Señor lo había bendecido a él y al pueblo una vez más con el símbolo de su presencia divina. Observe con qué gozo santo celebra las alabanzas de Dios. Cuán a menudo repite en cánticos las glorias del Señor y las maravillas de su gracia. Y cuán fervoroso es que todo el pueblo participe de las misericordias de Jehová.

Y cuando hayas prestado toda la debida atención a David y a los hijos de Israel, en su gozo y agradecimiento por el arca del Señor, entonces, alma mía, vuelve a contemplar al que representaba el arca, y piensa, si es Es posible, qué gran aumento de misericordia tienes para bendecir al Señor Jehová, porque eres llamado en tiempos más felices, que a los símbolos de la presencia del Señor, porque Jesús mismo ha tabernáculo entre los hombres en la sustancia de la carne, y ha forjó y completó la redención eterna por su sangre y justicia.

¡Granizo! ¡Tú, santo, glorioso, misericordioso y precioso Emmanuel! Oh, que mi alma se regocije eternamente en ti, a la verdad quisiera cantarte; Te cantaría salmos; Me gloriaré por siempre en tu santo nombre, y hablaré eternamente de tus maravillas. Y no menos a ti, en el nombre y mediación de mi Redentor, quisiera mirar hacia arriba con gratitud, ¡oh Padre de misericordias y Dios de todo consuelo! Tu amor eterno, tu gracia y tu misericordia primero levantaron a Jesús y lo dieron por pacto al pueblo.

Y es el mismo amor, gracia y misericordia inmutables lo que ahora acepta a los pobres pecadores en él y los hace bendecidos para siempre. Levántate, Señor, a tu reposo, tú y el arca de tu poder. Tus sacerdotes se vistan de justicia, y tus santos griten de júbilo. ¡Oh! que tu Santo Espíritu tome tan bondadosamente las cosas de Jesús y nos las muestre, para que toda rodilla se doble ante ti, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

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