(6) Entonces el rey respondió y dijo al hombre de Dios: Ora ahora al SEÑOR tu Dios, y ora por mí, para que mi mano me sea restaurada. Y el varón de Dios rogó al SEÑOR, y la mano del rey le fue restaurada, y quedó como antes.

Observe, Jeroboam le ruega al profeta que interceda por la recuperación de su mano, pero no de su corazón. Como otro faraón, deseaba que se le quitara el castigo, pero ni una sola palabra de que el Señor se deshiciera de la causa. Y, sin embargo, ¿qué podría testificar más la ternura misericordiosa del Señor para perdonar el pecado que restaurar así instantáneamente la mano de Jeroboam a instancia de su siervo? ¡Precioso Jesús! ¿No fue esta intercesión del profeta un tipo de la eficacia siempre prevaleciente de tu intercesión a la diestra del poder, por las pobres almas marchitas de tu pueblo?

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