(28) Y todo Israel se enteró del juicio que había dictado el rey; y temieron al rey, porque vieron que en él había sabiduría de Dios para juzgar.

Bien podría todo Israel admirar la sabiduría de Salomón en esta ocasión. Y muy bien que tú y yo, lector, admiremos y adoremos a Jesús, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento. En verdad, él es tanto la sabiduría de Dios como el poder de su salvación, para todo pobre pecador que cree; y el gran objeto y diseño de la redención es mostrar la gracia y la bondad de Jehová en esta estupenda obra, con la intención de que ahora la iglesia conozca a los principados y potestades de los lugares celestiales la multiforme sabiduría de Dios.

Para que todo corazón interesado en esta gran salvación exclame: ¡Oh! la profundidad de las riquezas tanto de la sabiduría como del conocimiento de Dios. Efesios 3:10 ; Romanos 11:33

REFLEXIONES

¡Oh! ¡Cuán precioso es el testimonio que el Espíritu Santo ha dado a Salomón en este capítulo, de que amaba al Señor! ¿Quieres, Dios misericordioso, derramar una porción, y dejar que sea una porción tan grande como mi Alma pueda encontrar la capacidad de admitir, del mismo principio celestial también en mi pobre corazón? ¡Oh! querido Jesús! dame gracia para decir, aunque, como Pedro, mil acciones parecen haberlo negado: ¡Señor, tú lo sabes todo! los que saben que te amo.

¡Y tú, Espíritu Santo, me visitarás en las visiones de la noche! ¿Mis ojos evitarán las vigilias nocturnas, para que pueda estar ocupado en tu palabra? vendrá el Padre de misericordias! vendrá el Señor Jesús; conforme a esa promesa, y hacer su morada en mi alma? ¿Acaso Dios me habla? ¿Dice amablemente: Pide lo que te daré? ¡Precioso Jesús! dame a ti mismo; porque, tenerte a ti, poseeré todas las cosas.

Señor, no es tu salvación solo yo deseo; pero tú. No solo tus dones, sino también a ti mismo; no solo a tu gracia, sino también a tu persona; no para que yo tenga solo la vida, sino para que tú seas mi vida y mi porción para siempre. ¡Sí! querido Jesús! alma mía, a través de tu bendición enseñándome estas dulces lecciones, mi alma no puede descansar más que en ti mismo. Puesto que primero te complació mirarme, hablarme y mostrarte a ti mismo, mi corazón no es mío; lo has elevado al cielo; y ahora, Señor, guárdalo para siempre y dame el tuyo.

Y puesto que Dios mi Padre, y toda su plenitud está en ti; todo gozo en ti; toda la felicidad en ti; No deseo más felicidad que a ti. Testigos de mí, espíritus ministradores, enviados para ministrar a los herederos de la salvación; Jesús es mi todo y en todos. ¿A quién tengo en los cielos sino a ti, y no hay nadie en la tierra que desee fuera de ti? Mi carne y mi corazón desfallecen, pero tú eres la fuerza de mi corazón y mi porción para siempre.

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