REFLEXIONES

¡LECTOR! Quédese quieto y contemple plenamente el carácter de Ana, y observe cómo el arpa que antes colgaba del sauce, ahora se enciende y suena para alabanza de Jehová. Mira, cómo se cambia su nota. Y el rostro que antes estaba triste, ahora se ilumina en alabanza y acción de gracias. Y al destacar los benditos efectos de la gracia, en la experiencia de esta mujer; no pase por alto el rasgo principal de la misma, en el sentido de que su canto de gozo no está dirigido meramente a alabar a Dios por su don, sino a alabar al gran Dador.

No se detiene en la hermosura de su Samuel y celebra, como se supone que haría un padre cariñoso, los rasgos de su cuerpo o los rasgos prometedores de su mente. Pero toda su alma parece estar absorta en adorar al Dios y dador de su Samuel. ¡Oh! ¡Cuán deliciosamente presenta la santidad, la fidelidad, la bondad y la sabiduría de un Dios que escucha y contesta las oraciones! salvación.

¡Lector! no pase por alto que este precioso Dios del pacto es el Dios del creyente en Jesús, en todas las generaciones. Es el mismo ayer, hoy y siempre. ¿Y por qué no deberíamos tú y yo encontrar la misma confianza? ¡Oh! por la gracia para adoptar la misma seguridad de fe, y en la contemplación de todas sus ricas misericordias en Jesús, para clamar, con uno de los antiguos, porque este Dios es nuestro Dios, por los siglos de los siglos; él será nuestro guía hasta la muerte.

Mientras que el triste contraste con la canción de Ana, en el terrible ejemplo de la familia de Elí, debe llenar nuestras mentes con reflexiones adecuadas, y hacer que la oración se mantenga alejada de todas las transgresiones presuntuosas; Dejémonos de lamentarnos por el estado miserable y corrupto de todos los ministerios levíticos y sacerdotales, dirijamos nuestros pensamientos e invoquemos nuestros más cálidos afectos a Jesús, ese fiel sacerdote de Dios nuestro Padre, Mediador de un mejor pacto, fundado en mejores promesas.

¡Sí! Tú, claro Redentor, eres en verdad el sacerdote fiel que nuestro Dios prometió levantar. Todo lo has hecho, conforme a lo que había en tu corazón y en el de nuestro Padre, y en su mente. Y Dios nuestro Padre te ha edificado casa segura para siempre. ¡Oh! Concede, gran Melquisedeck, que nosotros, a quienes en el pasado hiciste reyes y sacerdotes para Dios y tu Padre, caminemos delante de ti, el ungido del Señor, para siempre. Y danos a regocijarnos de tener tal Sumo Sacerdote, que es santo, inofensivo, sin mancha, separado de los pecadores y hecho más alto que los cielos.

Y mientras, como en el caso de Elí, percibimos que ninguno de los hijos de Aarón, cuya raza es mortal, y cuya estirpe corrupta, puede estar exento de pecado: aunque la ley haga sumos sacerdotes a hombres enfermos; la palabra del juramento, que fue desde la ley, hace al Hijo, que es consagrado para siempre.

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