(6) Y sucedió que cuando Abiatar, hijo de Ahimelec, huyó a donde estaba David, en Keila, descendió con un efod en la mano.

No fue una muestra insignificante de este ni del mismo favor, en el que el sacerdote trajo consigo el efod al desierto; porque, como David fue cortado de la casa del Señor, fue agradable, y especialmente en aquellos días, que tienen los símbolos de su adoración. El Urim y el Tumim estaban en el efod: y David, sin duda, los consideró como luces y perfecciones para instruirlo. Pero, lector, no pase por alto nuestros privilegios superiores.

Ya no necesitamos el Urim, ni el Tumim, el efod, ni el altar. En Cristo lo tenemos todo: él es la suma y la sustancia, de los cuales esos símbolos eran la sombra y la figura. ¡Oh! precioso Jesús! sé tú mi Sumo Sacerdote, mi Efod, mi Urim y Tumim, ambos Altar y Sacrificio. Sobre ti ofreceré todas mis pobres ofrendas; y de ti recibiré todo lo que necesito.

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