REFLEXIONES

¡Mi alma! en la contemplación de los personajes aquí representados, contemple la terrible situación de los malvados. Cómo por el pecado se destruyen a sí mismos, arruinan a sus amigos, envuelven sus conexiones más queridas en el mal, y comenzando en el pecado, en su mayor parte terminan su existencia en vanidad y aflicción de espíritu. Pero piensa, alma mía, qué milagro de gracia debe ser, cuando alguien, como Manasés, sea liberado de la trampa del diablo, que fue tomado cautivo por él a su voluntad.

Seguramente nadie se atreverá a disputar aquí la soberanía de la gracia, ni a atribuirla al libre albedrío del hombre, que no puede pertenecer a nadie más que a los inmerecidos; no buscada, inesperada, misericordia de Dios en Cristo. Y tú, Señor, sacaste mi alma de la prisión, del imperio de Satanás; y me lavó de mis pecados con tu sangre. ¿Me has hecho rico participante de la gracia que es en Cristo Jesús? ¡Oh! Bendito, bendito para siempre, sean los medios en aflicción como la de Manasés, y aún más bendito sea el Dios de los medios, que se acordó de mí en mi humildad, porque su misericordia es para siempre.

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