Algunos conjeturan que mientras los babilonios adoraban al sol, el respeto que le rindieron a Ezequías al retroceder el sol quince grados, como se relató antes, (porque lo habían oído o lo habían visto) hizo que el rey de Babilonia concibiera muy altamente de Ezequías. Pero sea el motivo que sea, cuán pobre figura hizo en verdad Ezequías, por más que pudiera parecer a los ojos de los idólatras en su estúpida ostentación de sus tesoros.

Si les hubiera hablado de su curación maravillosa y milagrosa, les habría predicado del Dios de sus padres; - si les hubiera mostrado la palabra de Dios, y los milagros mostrados a su pueblo, esto habría sido realmente adecuado y muy conveniente. ¡Pero lector! Haga una pausa y pregunte si no hay muchos personajes vanidosos como Ezequías, ¡incluso entre el pueblo de Jesús! ¡En qué salón entraremos, entre aquellos que profesan la piedad, donde Jesús y su salvación se convierten en el tema del discurso! ¡Cómo es posible, lector, que haya una timidez culpable incluso entre las almas bondadosas al hablar unas con otras de las mejores cosas, o en las almas despiertas al contar a los que no han despertado, como estos babilonios, las maravillas de la salvación de Jesús!

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