REFLEXIONES

¡Bendito Jesús! Permíteme encontrar tu gracia, querido Señor, en la lectura de este capítulo, para considerar cuán parecido a Absalón es mi corazón, cuando por el pecado y la vergüenza he estado huyendo de ti. Pero cuán superior, querido Señor, eres a la ternura de los padres más tiernos, al llamar a casa a tus desterrados a tu presencia; porque los buscas, y en lugar de dejarlos volver, los traes a casa, los traes y los llevas al seno de tu amor y misericordia.

¡Oh! querido Señor! cuántas veces el pecado y Satanás me ha hecho cautivo de ellos; y cuantas veces me has librado de sus trampas. Guárdame, bendito Jesús, cerca de ti, y no me permitas vagar más. Que Jesús me bese con los besos de su boca, porque mejores son tus amores que el vino.

En la ternura equivocada de David hacia su hijo indigno, Señor, hazme ver y sentir con tanta fuerza la tendencia maligna del afecto de la naturaleza, cuando esos afectos luchan contra Dios. ¡Oh! derriba todo pensamiento soberbio y codicia desobediente, que tienden a deshonrar a mi Dios. Permíteme tener fuerzas de ti para sacar un ojo, cortar una mano derecha y hacer toda santa violencia a las demandas indebidas de la naturaleza, cuando mi Dios y Salvador lo convierte en la marca de mi deber para con él.

Querido Señor, me encontrarían totalmente tuyo; y como Leví, no reconozco a mis hermanos, ni conozco a mis propios hijos, que no han observado tu palabra, ni han guardado tu pacto. Doblaría la rodilla y me inclinaría con mi rostro a tierra, en señal de que tú eres mi legítimo Soberano y que yo soy tu siervo; has desatado mis ataduras. Por tanto, todo buen hombre cantará sin cesar tus alabanzas, Dios mío, te alabaré para siempre.

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