REFLEXIONES

¡LECTOR! que tú y yo contemplemos al Dios de Daniel en sus providencias, así como en su gracia. ¡Oh! ¡Qué arreglo de eventos y cosas hubo aquí, a fin de elevar a los pobres cautivos del Señor de su baja condición a una alta! Seguramente, esa escritura se cumplió eminentemente; Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso levanta del muladar, para ponerlo con los príncipes, con los príncipes de su pueblo.

Pero no descansemos aquí, pero recordemos también, que los eventos registrados en este Capítulo fueron para el consuelo de la Iglesia entonces en cautiverio: o como Daniel le dijo al Rey, fue por ellos que el secreto fue revelado a Daniel, que es, por el bien de su Iglesia, su elegido. No informar a un Rey idólatra ya su corte, a menos que para humedecer y mortificar su orgullo, que Babilonia debe caer, y todas las monarquías para Cristo, serán como los tiestos de la tierra; pero para que la Iglesia del Dios viviente supiera que Jehová estaba todavía como siempre, velando por sus intereses, y que, a su debido tiempo, se apresuraría y establecería para siempre el reino de su amado Hijo.

¡Aquí, lector! Permítanos que usted y yo mejoremos este bendito Capítulo y, al mismo tiempo, recuerde que esto, y solo esto, está al final de todas las dispensaciones de Jehová, para presentar a Jesús y su gran salvación; para que, como lo explica gloriosamente la Escritura, Jehová pudiera, en la dispensación del cumplimiento del tiempo, reunir en un todo, las cosas en Cristo, tanto las que están en el cielo como las que están en la tierra, en Él. Aleluya, amén.

¡Pero sobre todo, lector! ¡Que nuestro perfeccionamiento de este Capítulo sea contemplar a Aquel que, bajo la semejanza de una piedra cortada sin manos, iba a destruir todas las imágenes de la idolatría y convertirse en montaña y llenar la tierra! ¡Oh, precioso, precioso Señor Jesús, en ti contemplo todo esto cumplido de la manera más bienaventurada! y de ti colgaría toda la meditación de mi alma, como la abeja cuelga de la flor más dulce.

Ciertamente, Señor, sin manos humanas, o poder humano, o política humana, o fuerza humana, saliste desconocido, sin ser percibido, no buscado por los hombres, al llamado de Dios tu Padre, para la salvación de tu pueblo, y la destrucción de tus enemigos. Pequeña en verdad, y despreciada, piedra de tropiezo y roca de escándalo; pero, ¡oh! cuán infinitamente precioso a los ojos de Jehová, y en el amor y la admiración de tu pueblo.

¿Y cómo, Señor, desde el día de tu siervo Daniel, has cumplido y más que cumplido todo lo que entonces fue prometido? ¡Oh! ¡Tú, monte Todopoderoso! llena el cielo y la tierra; sí, todos los corazones de tu pueblo con tu gloria. Apresúrate, Señor, la hora gloriosa, en que todos los reinos de la tierra se convertirán en el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y tú reinarás para siempre.

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